miércoles, 9 de marzo de 2011

¿Quién dijo nuevo? Innovar en educación


¿Quién dijo "nuevo"?
Innovar en educación: mirando a Giner de los Ríos
Mercedes Laguna González
Continuación:


 

¿Giro copernicano y cambio de paradigma o continuidad con lo que ya se hace?

    Los profesionales de la educación nos vemos inmersos en una pequeña controversia -o grande, dependiendo del ímpetu de cada uno y de la situación- en torno a la cuestión del cambio que ha de producirse en nuestra manera de enseñar. Si queremos subrayar que las transformaciones son necesarias, que no podemos seguir enseñando, por ejemplo, Lengua atados de pies y manos a la gramática, sino que hemos de procurar que la morfología y la sintaxis cobren categoría de instrumentos útiles para los alumnos, diremos entonces que urge dar un giro de 180º, o un giro copernicano, que suena más científico. Sin embargo, esta innovación está en la norma; no tenemos más que volver a leer en la Ley de Educación en Andalucía, el apartado correspondiente a las Lenguas.
    Pero ¿supone este cambio una ruptura del paradigma, entendiendo por "paradigma" la metodología que hemos empleado hasta ahora? Todos sabemos que depende de cuál sea el método que estemos empleando, el método que sabemos utilizar mejor, y aquel que hemos comprobado que realmente funciona. Depende de quién y depende de cuándo.
    También sabemos que no se trata de ser iconoclastas: es necesario, tanto como innovar, conservar las técnicas que funcionan, perfeccionar otras. No obstante, seguro, habrá que desterrar algunas, aunque sea de manera progresiva.
    Y, desde luego, es vital volver la mirada a los que innovaron en su día, con mucho esfuerzo y grandes dosis de sacrificio. Mirar, observar con detenimiento, detectar los rasgos de su contexto determinado y aprender a enseñar, día a día.
    En esta línea de búsqueda del mejor método, os invito a mirar a Francisco Giner de los Ríos. Para eso traigo a dos maestros: por un lado -hoy- a Julio Ruiz Berrio, catedrático de Historia de la Educación española en la Universidad Complutense de Madrid; por otro -en la próxima entrada- a Antonio Machado, el poeta, el ensayista y el alumno de Giner de los Ríos.  
    En esta entrada presento el primero de los textos: un artículo sobre Francisco Giner de los Ríos de donde extraigo algunos párrafos que quisiera destacar.

Giner creía firmemente, al igual que otros famosos educadores contemporáneos como el italiano Francesco Tonnucci, que las reformas no las hacen las leyes, sino los maestros, los profesores. Y confió a la escuela la noble misión de emancipar a las gentes, de formar a los hombres (hoy diríamos "y mujeres"), para llevar a cabo "la redención intelectual y moral de la patria". Pero se puede suponer que habla de un profesorado y de una escuela completa y debidamente renovados; no de la escuela de "leer, escribir y contar" sino de una escuela educadora ante todo, con cantinas, con excursiones, con colonias, con teatro, con visitas, con métodos activos, con modernos conocimientos, con apoyo sanitario, etc. Y con un maestro que haya sido formado como un educador auténtico, que tenga un nivel cultural y científico bastante alto, que sea digno y que gane un sueldo que impida que alguien, Estado, municipio o particulares limiten o despojen su dignidad. Y que a la escuela rural vayan los mejores maestros, donde se les pague más alta retribución que a los demás. Que se inunde España de bibliotecas y que las escuelas dispongan de "Bibliotecas pedagógicas" en las que el maestro mantenga y actualice su formación ( Ruiz Berrio, 1987). 

Si la "regeneración nacional" (o "redención nacional") es una obra de educación nacional, y a la escuela se le confía semejante empresa, es fácil comprender la extraordinaria importancia que Giner concedió a la educación. Por ello, en primer lugar hizo un análisis muy negativo de la enseñanza que se impartía "en el mejor de los casos pura instrucción y memorismo", estudió y debatió los modelos pedagógicos renovadores existentes hasta entonces y buscó con ansiedad todas las novedades que en punto a educación fueran surgiendo en el mundo occidental.
Con esa cultura pedagógica como fondo de partida, y ese esfuerzo por mejorar permanentemente sus conocimientos y habilidades educativos, unidos a sus presupuestos filosóficos, es fácil suponer que Giner defendió una educación no simplemente modernizada en sus técnicas, sino verdaderamente nueva, en su concepción, en sus planteamientos, en sus métodos. Sostuvo una pedagogía en la que todas las innovaciones que presenta con respecto a su tiempo, más que en sí mismas, tienen valor en cuanto favorecen la realización de un mejor proceso educativo, destinado a hacer del hombre un ser digno de ese nombre (López Morillas, 1956).

Como ha resaltado la profesora Nieves Gómez "Giner fue un adelantado del humanismo del segundo tercio del siglo XX, ya en la línea personalizada de Mounier, ya en la social de Erich Fromm, hasta el punto, creo yo, de poderse hablar de su humanismo pedagógico y, por qué no, de su pedagogía humanista. Una pedagogía al servicio de la formación de caracteres (como ya había defendido Pablo Montesino medio siglo antes), volcada en la reforma del hombre, en la reforma interior del hombre". 

Giner fue un ardiente defensor de la graduación y seriación de la enseñanza a través del proceso de formación general. Lo mismo que del valor de la intuición, sobre lo que nos dejó muchos textos. El desarrollo del método intuitivo en la línea de Pestalozzi y Fröbel encajaba perfectamente en su idea de la actividad como principio fundamental didáctico, anhelando en todo momento que la instrucción fuera educadora. Como había observado que ciertos profesores que presumían de utilizar el método intuitivo no sabían aplicarlo, insistió varias veces sobre su correcto uso. Dice en una de estas ocasiones: "La excursión, como el experimento, como el análisis de un concepto o la observación de un hecho de conciencia, como todos los resortes, en suma, del procedimiento intuitivo, en vez de constituir, según es uso, una ilustración y comprobación de la teoría previamente expuesta, deben precederla como bases para su formación por el discípulo, dirigido y excitado, pero no sustituido, por el maestro" (Giner, XII-173).

Adoptó también el principio de la individualización de la enseñanza y el de la continuidad de la acción educativa. No podemos olvidar, como dije al principio, que Giner más que un pedagogo fue un educador, y en ese sentido es bueno recordar que él utilizaba el método socrático, la mayéutica, ayudando a sus alumnos y discípulos a encontrar por sí mismos la formación necesaria. Condenó tajantemente los exámenes en los colegios, como instrumentos de perversión pedagógica y por ello moral. Suprimió los deberes para casa y desterró los textos de la escuela, y en la ILE los alumnos hacían sus propios libros mediante cuadernos de clase. En esa línea defendía la importancia de la elaboración del material escolar por los mismos alumnos. Como se ve, el principio de la creatividad era uno de los soberanos de su pedagogía.

Una muestra del sentido que tenían esas preocupaciones en el conjunto de su teoría de la educación, siempre encaminada a formar al hombre, es un párrafo de un discurso pronunciado en 1880, pero que por su carácter vibrante, por su modernidad pedagógica, por sus peticiones parece escrito después de la Primera Guerra Mundial. Dice así: "Transformad esas antiguas aulas, suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que lo aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos; por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección, o alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor, a todos esos elementos clásicos, un círculo poco numeroso de escolares activos, que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos ["] Y entonces la cátedra es un taller, y el maestro, un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompa y en gallardas libreas" (Giner, VII-34/35).
No obstante el valor que da a estos principios, métodos y técnicas, hay un elemento del proceso educativo que considera de mayor transcendencia: el profesor. Estaba convencido, en parte debido a la influencia de su discípulo preferido, Manuel Bartolomé Cossío (Otero, 1992), de que el elemento básico y que más había que cuidar en la educación era el maestro. Abogó por empezar la reforma por el profesorado exigiéndoles una formación superior a los demás, una buena preparación pedagógica de carácter teórico y práctico a la vez, y, por supuesto, los saberes propios de su especialidad. Comprobada la ausencia de preparación pedagógica de los catedráticos de enseñanza secundaria, e incluso de inquietudes respecto a la pedagogía, intentó que se establecieran centros de formación completa de tal profesorado, como único medio de conseguir un carácter verdaderamente educador para sus enseñanzas.


[1] Ruiz Berrio, Julio (1993): "Francisco Giner de los Ríos". Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 3-4, 1993, págs. 808-821).

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Continuación:

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entregados el 7 de marzo de 2011,
por el Ministro de Educación
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